LOS MOLINOS DE ACEITE
En una economía de subsistencia, como la que existió durante la primera mitad del siglo XX en Zufre, era habitual que cada propiedad dispusiera de un número variable de olivos para la obtención de aceite. Este hecho se observa claramente en zonas donde las encinas o los alcornoques son predominantes, como en Portugalet, donde los olivos fueron sembrados en 1928, en Juan Diego o en Los Viñazos, por citar sólo algunos ejemplos.
En el norte de Zufre, el olivar no se halla de forma aislada, sino que cubre extensas zonas. Toda esta parte se encuentra salpicada de pequeñas casas de campo donde pernoctaban los recolectores de aceituna en las temporadas de diciembre y enero.
Las dificultades de comunicación en los primeros años del siglo y la primitiva maquinaria utilizada en la molturación de la aceituna hizo que el trabajo que hoy fácilmente realiza una sóla fábrica se repartiese hasta los años 50 en cuatro molinos distintos. En esos años, concretamente en el 1954, el litro de aceite se pagaba a 12,22 pesetas.
Trabajadores zufreños en el Molino de Aceite de San Sebastián, 1950.
El primer molino del que existen datos es el Molino de los Parrales, situado en la calle Larga, dentro de la villa de Zufre. A este le siguieron otros cuatro molinos: dos de viga y dos de máquina, de acuerdo con la denominación popular, aunque todos basados en el esfuerzo físico de hombres y animales.
Los dos molinos de máquina eran el del Chorrito y la máquina de Manuel Rufo, en San Sebastián. Los dos de viga se encontraban en El Bezo y en el centro de Zufre, en la misma ubicación de la actual fábrica. La viga de este último sería sustituida por un motor de vapor en el año 1929.
El molino asignaba a cada propietario una "truja", especie de pilar o pequeña alberca, para que depositara allí la aceituna de su propiedad.
El Molino del Bezo molturaba la aceituna de Aguafría, de la Nava y de La Nava del Notario. Su actividad cesó alrededor del año 1940. El de San Sebastián trabajó hasta 1950 y el del Chorrito lo hizo hasta finales de los años 50.
Las piedras para molturar de este último molino fueron trasladadas con unos bueyes por El Tejar y La Solana hasta la otra cara de la sierra, lo que debe dar idea del inmenso esfuerzo físico que tuvo que realizarse, habida cuenta de que el camino que existía a finales del S. XIX no era para nada comparable al actual. Algunos viejos trabajadores aún recuerdan con nostalgia los nombres de los mulos que compartieron con ellos las tareas de la molienda: El Veneno, el Bandolero y el Galocho.