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  Genocidio franquista
 

      “Quien no sabe de abuelo, no sabe de bueno”

 

 

Por Diego Antonio Velázquez Mallofret, nieto de víctimas del franquismo. (In memoriam de mi abuelo Antonio Mallofret Domínguez, de mi tío abuelo José, de mi pariente Luis. ¡Qué hermosa fue la primavera del recuerdo! ¡Cuánto aprendí de vosotros!)
 
No pude por menos de contristarme –que no sorprenderme- leer que el juez Garzón se sentará en el banquillo como presunto autor de un delito de prevaricación por su intención de investigar los crímenes del franquismo. Al margen del recoveco jurídico que da pie al artificio legal, nada hay en los principios naturales del derecho que amparen el dislate. Súmmum ius summa iniuria, máxima justicia: máxima injusticia. ¡Qué decepción! Otra más. El vestíbulo de mi hogar está colmatado de esperanzas que viajan irremisiblemente camino de la abulia. El silencio, la incapacidad para esbozar cualquier movimiento de contestación a los crímenes del franquismo son señas de identidad también en democracia. Para muestra basta un botón; a saber: hablaré sin recato de mi pueblo para poner en el candelero algo tan universal como los crímenes contra la humanidad, que debe ser el empeño de una justicia que tiempo ha no hace más que mirarse el ombligo.Mi nombre es Diego Antonio Velázquez Mallofret, natural de Zufre, una villa de un millar apenas de habitantes en la sierra de Huelva, nieto de víctimas de la sublevación militar de 1936. El pasaje de aquella expugnación dejó en el pueblo una estela de casi un centenar de personas asesinadas, igual número de represaliados por la Ley de Responsabilidades Políticas y decenas de desaparecidos, rapadas y escarnidos –se me antojan demasiados para un pueblo de poco más de 2.500 habitantes de la época-, convirtiendo así al lugar en protagonista indeseado de uno de los capítulos más sangrientos de la ocupación.

Maestro de Zufre con sus alumnos:  Zufre, 14.05.45. Don Luis, el maestro con sus alumnos.      

            No es lo más grave el balance final de víctimas, sino que la violencia se ejerciera de forma gratuita, tanto más cuanto que si por algo se significó la Corporación Republicana del Frente Popular del pueblo fue por su contención en las represalias a la derecha sublevada y por su nula resistencia a los militares; así las cosas nadie esperaba aquella reacción desproporcionada. Un pasaje, con todo, no muy diferente de otros muchos: uno de tantos. El problema moral, empero, se suscitó muchos años después; esto es: si paseas hoy por Zufre, por sus empinadas cuestas, y te pierdes entre sus calles angostas de muros encalados, te parecerá una encantadora villa turística. Nada hay en sus plazas, en la cal más viva, en el nomenclátor de sus empedradas calles o en la conversación con sus afables vecinos que rememore el viaje sin retorno que casi un centenar de vecinos emprendió setenta y tantos años ha. Durante medio siglo, sus plazas y calles más insignes lucieron pomposos nombres de militares sublevados. En democracia, a lo más que se llegó fue a retirar esos rótulos. Sin embargo, el visitante no hallará referencia de aquellos a los que se hizo desaparecer: el franquismo pretendía –y consiguió- el exterminio de la memoria y de la historia.


José Navarro, primer teniente de alcalde en la Corporación del Frente Popular: En esta imagen contaba con unos 19 años. Navarro fue el penúltimo alcalde legítimo de Zufre; el último fue Luis Sánchez Mallofret. A poco de entrar los militares golpistas, ambos fueron asesinados.

            Verbigracia el caso de la viuda del dirigente sindical Cercas, un caso milagrosamente salvado de la quema de los archivos municipales: en 1947, Amelia Lora Camacho registró un escrito en el Ayuntamiento para pedir que le siguieran pasando la ayuda de la Obra de Protección a Huérfanos de la Revolución y de la Guerra. Argumentaba que su marido “murió a consecuencia y con motivo de los hechos acaecidos a partir del 18 de julio de 1936, y de forma violenta; o sea por aplicación del Bando de Guerra, sin que conste en el Juzgado Municipal tal extremo, y sí que falleció a consecuencia de una anemia aguda, por lo que por la Junta de protección a mentados huérfanos le ha sido retirado el subsidio”. El jefe local de la Falange, Andrés Pascual, reseñó “que, si bien en la Alcaldía no existe documento alguno que justifique debidamente que don Francisco Cercas Rodríguez murió a consecuencia de habérsele aplicado el Bando de Guerra de la 2ª Región Militar, sí estima y considera por ser notorio en la localidad, no fue otra la causa de su muerte, el ser llevado en un camión al vecino pueblo de Higuera de la Sierra, juntamente con otras personas de esta misma vecindad y encartadas en hechos que se produjeron con motivo del ‘Glorioso Movimiento Nacional’, y ningunas de las cuales regresaron”.
Un decenio más tarde de su fusilamiento, el cuatro de noviembre de 1937, no constaba fe pública de aquel suceso. Las detenciones se manchaban con acusaciones faltas de asesinato, robo, prostitución o hurto; las muertes se justificaban con causas naturales. El calvario de la familia no acababa con el fusilamiento: como no recibía ninguna notificación de la muerte, no podía recuperar el cadáver, ni inscribirlo en el registro civil. Para más inri, a los supervivientes les quedó el estigma de subsistir con la culpa y el lastre de ser familiares de republicanos. No extraña, pues, que las madres callaran con el nuevo régimen la vergüenza de sus maridos fusilados o encarcelados. A los hijos y nietos del olvido les hurtaron aquellas páginas de los libros de historia del colegio, sustituidas por loas al “Alzamiento” y al “Glorioso Movimiento Nacional”, jaspeadas de efemérides como el “Día del Valor”, la “Fiesta de la Unidad”, el “Día de la Victoria”, el “Día del Caudillo” y tantas otras glorias patrias y exaltaciones del Generalísimo. Para muestra de la eficacia de la nueva pedagogía, otro botón: en el baúl de mis recuerdos hallé una postal de mi tío Antonio, huérfano de padre, en la que databa el año 1941 como V Año Triunfal, glosando sin saberlo el protocolo militar, interiorizando la propaganda de los que fusilaron a su padre. Aún en el tardofranquismo, también yo me considero víctima de aquella enseñanza. Nosotros somos el mejor ejemplo de uno de los grandes éxitos de la educación maniquea franquista, que fijó con sangre en la sociedad el olvido y el terror.


Antonio Mallofret: Imagen de mi abuelo, segundo teniente de alcalde de la Corporación del Frente Popular, asesinado en 1936. La imagen corresponde a un año antes.

             Los que se fueron no dejaron rastro, tampoco en la memoria, nadie supo nunca de su paso, durmieron por siempre en la adormecida nada, enterrados para in sécula sin fin en el más espeso abandono. Los damnificados expiraron con el hondo pesar de la indignidad. Se alzó el velo de la desmemoria, sentimiento que perdura al día de hoy, setenta y pico años después. ¡Hay cuitas peores que la muerte!
De tres años acá, madre me dio una fea cartera de color marrón, muy rígida y ajada, que perteneció a su padre. “¿Para qué quiero esto?”. Me la entregó con los ojos brillantes, siguiendo la misma liturgia que empleó el segundo teniente de alcalde la mañana de su despedida, el 23 de agosto de 1936, cuando con apenas treinta y dos años y cuatro hijos –otro en ciernes- la entregó a su esposa. Depositada en el fondo del armario, sólo unos días después descubrí unas menudas iniciales metálicas, oxidadas, en una de las esquinas: “A” y “M” (Antonio Mallofret). Es del tipo de objetos que provocan mala conciencia, así que no tardó en reaparecer de nuevo. ¿Me tocaba indagar en el pasado?, ¿superar el miedo de madre?, ¿exhumar las historias silenciadas? En lo por venir, comprobé en carne propia el peso ingente de una idea o la fuerza explosiva de un recuerdo. A fortiori, hilvané el rompecabezas de su historia a partir de aquella mañana de la canícula de agosto. Pregunté, leí, indagué en archivos, consulté hemerotecas... Recuerdo cómo temblaban mis manos, lágrimas de una emoción creciente siempre enardecían mi mirada cuando acopiaba actas, cédulas, misivas y sucesos. Comencé a escribir; sentía que garabateaba en jirones de mi propia piel, con tinta ensangrentada; palabra a palabra, comencé a darle cuerpo y sentido a la historia de los ausentes: palabras, frases, líneas y páginas que destilaban dolor, ora por las ausencias, ora por el olvido; savias pasadas de las que sólo quedaba la estela de sus pesares, toda vez que aquellos árboles pretéritos no albergaban recuerdos de sus inflorescencias, sino de sus llagas. Mi travesía por el tiempo pretendió –y no consiguió- culminar la liquidación de la deuda moral con las víctimas del olvido. A medida que la historia se fraguaba, recuerdo como el desván de mis sueños se llenaba de principios, razones, ansias de justicia y palabras. “No hay mejor olvido que el recuerdo –pensaba-. Sólo la verdad puede darnos el futuro".


Acta de la gestora golpista. 19.08.36: El documento da cuenta de la decisión de los nuevos dirigentes de detener a los principales responsables de la legítima corporación municipal que a la citada fecha se encontraban en el pueblo. Antonio Mallofret y José Navarro, entre otros.

         En agosto de 1936, Luis Sánchez Mallofret, remitente de carbón, primo hermano de mi abuelo, ocupaba la alcaldía de Zufre. No bien entraron los militares, lo reclutaron a la fuerza para ejecutar funciones logísticas con su camión: transporte de soldados, pertrechos y vituallas. De regreso, lo metieron en la cárcel. A la anochecida, cubierto con una capa y armado con un palo, los paramilitares lo usaban de señuelo en los controles nocturnos a las afueras del pueblo. Mes y medio más tarde, el 29 de septiembre, el pelotón se presentó de madrugada: acompañado de su amigo Antonio Carrascal, responsable de la Oficina de Colocación Obrera, y cuatro jornaleros más, los sacaron de paseo para emprender el camino final -nulli certa domus, nadie tiene un hogar seguro-.


Luis Sánchez Mallofret, alcalde republicano cuando el Golpe: Asesinado al mes y medio de la expugnación de la villa junto con el responsable de la Oficina de Colocación Obrera y cuatro personas más.

Ya cadáver, un miembro de la eufemísticamente denominada Guardia Cívica le sacó el ojo de cristal –un gallo se lo había saltado de niño- y dijo: “¿A quién se lo damos: a la mujer o a la querida?” –Luis estaba separado y vivía con otra mujer-. Un mes antes, procedieron igual con los dos tenientes de alcalde y el síndico del Ayuntamiento.


Los hermanos Francisco, Félix y Manolo Silva Murillo: Francisco, el primero por la izquierda, fue obligado a combatir con las tropas rebeldes y murió en el frente del Ebro. A su hermano Félix se lo llevaron tres malhechores falangistas y lo mataron en un puente cerca de Castilleja de la Cuesta. Aún hoy se desconoce el paradero de su cuerpo. A la derecha del todo, Manolo, el único superviviente de esta imagen.
La mañana del 23 de agosto, abuela escuchó un camión parado con el motor en marcha a la entrada del colegio donde abuelo estaba recluido junto con un centenar de vecinos y salió como loca a su encuentro. Al tiempo de subirse al transporte, le entregó lo que de valor llevaba encima: dos duros de plata, el reloj y la cartera. “¿Qué haces, Antonio? –le reconvino abuela-. ¡Llévatelo!, puede hacerte falta”. “Es hasta llegar al sitio –pronunció a modo de epitafio-. Una vez allí, se descansa”. A la salida del pueblo, en una vega, los bajaron del camión. Aquellas miradas no volvieron a cruzarse jamás. Abuela perdió el hijo que llevaba en las entrañas. A la mañana siguiente, el tío Cayetano, un empleado de abuelo, recuperó los cuerpos, semidevorados por las alimañas. Les dio sepultura en la fosa común que le señalaron los militares.


María del Carmen Montero, viuda de Antonio Mallofret:  Mi abuela, feliz con su primogénito, ajena a la ola de crímenes que se avecinaba. Los asesinos le provocaron la pérdida de su quinto hijo a los cinco meses de gestación y la obligaron a sacar adelante a los otros cuatro en medio de profundas penurias.
Un año más tarde, el cuatro de noviembre de 1937, acabaron con la vida de tío abuelo José luego de penar un año en prisión y exhibirlo por las calles del pueblo peripuesto con la camisa azul, prenda del clásico uniforme falangista. José Mallofret Domínguez, dirigente de Unión Republicana, acusado de Rebelión Militar, fue ametrallado a media tarde, junto con otras veinte personas –dieciséis mujeres-, en la verja del cementerio de Higuera de la Sierra. La hora, la cercanía del camposanto al centro de la villa, los chillidos que proferían las mujeres, que al decir de algunos testigos ponían los pelos de punta... Tal fue el espanto, que las autoridades de Higuera se negaron a acoger nuevas ejecuciones, salvando in extremis a otro camión de penados.


Luis Mallofret Domínguez: Luis, de ideas republicanas, hermano de mi abuelo, se salvó del asesinato por la mediación de una parte de su familia, de ideas conservadoras. Fue encarcelado y obligado a combatir con los sublevados.  
Tío abuelo Luis Mallofret Domínguez –no confundir con el alcalde Luis Sánchez Mallofret- estuvo también a un tris de ser ejecutado después de ser obligado a combatir del lado de los sublevados y de años de prisión. Cuando regresó al pueblo lo hizo por las traseras, por la finca del Portachuelo, donde lo esperaban su mujer y su hija. “Mi madre me conminó a abrazarlo. Yo no quería: me daba miedo. No tenía ni idea de quién era aquel hombre”.


vista frontal de la cárcel vieja de Huelva, donde penaron tantos represaliados.

Me siento culpable de no haber reconstruido antes estas historias, en especial de la de tío abuelo José, sin hijos para llorarle. Su pasado habría pasado inadvertido, olvidado, como uno de tantos, en las anaquelerías de la anonimia, sino fuera por la mirada retrospectiva en la que me vi inmerso a fuer de la búsqueda de la historia de abuelo y, por ende, de la de aquellos que le siguieron, y quedaron adheridos a las raíces de su intrahistoria. Y la verdad produce, cuando menos, ampollas terribles, inabarcables, toda vez que afloran dentro de la piel y colmatan de sufrimiento los vacíos interiores, así que uno no sabe si era mejor la ignorancia o la verdad, la indiferencia o el dolor, la mentira o la verdad, la realidad o los sueños… Cuando expira alguien de tu familia, parte de ti sucumbe también: se desgarra la vida porque se coló definitivamente la muerte. ¿Abuelo se perdió in aeternum? Ojalá que no, ojalá pudiera convencerme de que su espíritu permanece, que no pasamos sin más para vivir la nada, que él sigue entre nosotros en tanto permanezca su recuerdo.


Familia Mallofret:  De los tres niños que conocieron el Golpe de Estado, dos fueron asesinados y uno encarcelado.
Represión contra la familia del concejal Antonio Mallofret Domínguez
Nombre y apellidos
Parentesco /Cargo
Tipo de represión
Antonio Mallofret Domínguez
Segundo Teniente Alcalde Frente Popular
Detenido 19.08.36 / Fusilado 23.08.36
José Mallofret Domínguez
Hermano / Dirigente Unión Republicana
Encarcelado, acusado Reb. Militar / Fusilado 04.11.37
Luis Mallofret Domínguez
Hermano / Republicano
Obligado combatir frente con nacionales / Encarcelado
Luis Sánchez Mallofret
Primo Hermano / Alcalde Frente Popular
Encarcelado / Fusilado 29.09.36
Bernabé Montero Ramírez
Cuñado Antonio Mallofret
Preso, acusado Rebelión Militar, salvado in extremis
Felipe Montero Ramírez
Cuñado Antonio Mallofret
Preso, acusado Rebelión militar, salvado in extremis



Bernabé Montero Ramírez, hermano de abuela Mª Carmen, acusado de Rebelión Militar. "En los años del hambre, venía a casa a la hora de comer. '¿Quién es?', preguntaba tu abuela. '¿Quién va a ser? ¡Tu hermano!', contestaba él. Cómo negarle un plato si venía muerto de hambre", recuerda Lala.  

         Mis ascendientes continúan en fosas comunes en los camposantos de Zufre e Higuera de la Sierra. Madre repite hasta la saciedad que un diente de oro ayudará a identificar al padre que perdió con tres años. Madre soñó durante años que llegaría el día en que se haría justicia, pensaba en ello cuando a diario y desde niña se daba de bruces con los inductores de su desaparición en el colegio, en el médico, en la parada del autobús, en correos o en el Ayuntamiento –detentaban los puestos públicos a tenor de los informes falangistas y eclesiásticos de buena conducta-. La hija del líder sindical Manuel Díaz no regresó al pueblo hasta que de viejo cayó el último para no tener que cruzárselos en la calle. La mayoría no volvió jamás: ¿quién querría permanecer en el lugar donde desapareció un familiar, raparon a una madre o encarcelaron a un hermano?
No bien se instauró la democracia, clamaron justicia; pero tras la muerte del dictador los partidos pactaron la impunidad de aquellos que violaron sistemáticamente los derechos fundamentales: un compromiso de silencio indigno. La Transición exigió el olvido de las víctimas.
Comprendí bien esto cuando, impelido por los hallazgos en torno a las desapariciones de mis ascendientes, escribí a las corporaciones municipales para promover actos públicos de homenajes y recuerdos. En Higuera, no me contestaron. Sí en Zufre, parafraseo: “Se considera que el señor Velázquez no actúa con objetividad, y realiza un planteamiento con mucha crudeza y radicalidad”. ¡Cuánto mejor el silencio! Quis custódiet ipsos custodes, ¿quién custodia a los propios custodios? ¿Acaso la crudeza con la que yo exponga estos hechos podrá aproximarse siquiera al verdadero sufrimiento? ¡Qué decepción! Luego de aquello, observo cómo el Ayuntamiento socialista de Zufre rotula y remoza plazas en Zufre in memoriam de próceres locales del antiguo régimen como Andrés Pascual o Joaquín Duque. En plena democracia.
¿Cómo va a sorprenderme que puedan procesar a Garzón por abrir la caja de Pandora del franquismo luego de observar la histórica denegación de justicia a las víctimas? ¿Por qué nos alarmamos de los crímenes de los pueblos vecinos y no vemos la viga en el propio? ¿Acaso tenemos autoridad moral para dar lecciones en materia de derechos humanos? ¿Qué tipo de democracia hemos construido? Me preocupa la desafección a la política, el culto a la indiferencia, el hedonismo... Ni en la política, ni en la judicatura, ni en la vida merece la pena estar por estar: cuando menos lo esperemos, devendrá el final del viaje; en el lecho de muerte, cuando hagamos balance, ¿nos merecerá haber vivido? ¿No nos culparemos de no haber obrado conforme a nuestros principios?, ¿de nuestra inacción?, ¿de haber renunciado a convertirnos en lo que somos? Glosando al psiquiatra Carlos Castilla del Pino, los seres humanos se definen por lo que hacen y se les recuerda por lo que hicieron. La exigencia del derecho a la memoria se convierte en un problema moral para los que sobreviven.
 Un pueblo que renuncia a su historia desiste de su identidad, a más de correr el riesgo de repetir los oprobios a fuer de olvidar su pasado. Constituye el caldo de cultivo apropiado para los que prefieren negar la mayor, promover el revisionismo. Evitar esto es, cuando menos, el fin último de las remembranzas.


Zufreños durante el servicio militar en el Bar España de Tetuán, 1937.

               ¡Qué sentido tiene esta escritura, y su decir para nadie, para nada? No concibo que a nadie interese esta verdad. Me consuela el hecho de que quizá alguien halle un postrer día el naufragio de estas vidas inacabadas en algún rincón de la historia, muchas de las cuales de seguro me habrán pasado inadvertidas; la esperanza de aproximar el recuerdo a aquellos que en su devenir se crucen con abrojos semejantes a los que un día sangraron. ¡Lo mejor del olvido es el recuerdo! Si vis pacem, para iustitiam, si quieres la paz, prepara la justicia.
 
 
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