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Los vados de la rivera
Los Vados: la Rivera de Huelva y el Arroyo del Rey, especialmente la primera, fueron siempre, hasta la construcción de sus primeros grandes puentes en el primer tercio del S. XX, unas caprichosas murallas naturales que partían en varios trozos el término municipal de Zufre y, por ende, los caminos que interconectaban la villa con el resto de pueblos de la sierra.
Primer puente construido sobre la Rivera de Huelva en 1920, en el trazado de la vieja carretera a S. Olalla.
Otra instantánea del primer puente constriuido en la Rivera de Huelva.
Imagen del puente construido entre 1983-87 sobre la presa de Zufre, en el trazado de la actual carretera a S. Olalla. La presa está vacía..
Imagen del puente desde un promontorio con la presa llena de agua.
Imagen de los 70 del puente sobre el Arroyo del Rey, un afluente de la Rivera de Huelva. El puente se correpondía con el trazado de la antigua carretera a la ermita y a la aldea de la Alcornocosa, hoy bajo las aguas.
Otra instantánea, de los noventa, del puente sobre el Arroyo del Rey.
In illo tempore, cuando libre, profusa, el agua fluía por el cauce, sin las artificiales retenciones de los embalses, los moclinos aprovechaban los ensanches naturales de la rivera a su paso por las vegas para intentar vadearla. En orden descendente, los vados más utilizados fueron el Vado de las Estacas, en la Vega Grande del Duque; el Vado de Santa Olalla, en la Estación de Zufre; el Vado de Los Hoyos, en la finca que le da nombre; el Vado Ciruelo, en Los Viñazos; el Vado de la Garranchuela, en La Escobala, y el Vado Cataveral, en la vieja estación ferroviaria que le da nombre.
Vado de Santa Olalla, en la Estación Ferroviaria de Zufre, 1917.
¿En qué consistía un vado? Se trataba de una rudimentaria construcción a modo de un puente a ras de agua. A partir de grandes estacas, provenientes de troncos y ramas de encinas, depositadas en los remansos menos profundos del cauce, se colocaban piedras, donde se decantaba de forma natural, a modo de un dique, los guijarros y la arena en suspensión del propio fluir del agua. Sobre esa superficie permeable se asentaba el camino, que permitía el tránsito de una a otra orilla del río. Los lugareños más ancianos recuerdan también haber visto a personas utilizar zancos, a la manera de titiriteros, para cruzar la aguada, con lo que evitaban mojarse los pies.
En cualquier caso, si la rivera venía crecida, en las épocas de fuerte pluviosidad, sin pantanos que amortiguaran la avalancha, en vano resultaban zancos y vados. ¡La naturaleza salvaje en su máxima expresión!, con una explosión de flora y fauna en derredor que convertía el paraje en una vega anegada, salpicada de adelfas, tamujos, zarzas, vides silvestres, peces, nutrias, aves ribereñas..., impracticable para el ser humano. En casos así, se recurría a la barca del tío Justo, a la altura del Vado de Santa Olalla, quien cruzaba al impenitente viajero a cambio de una o dos pesetas. Una plataforma de cinco metros permitía trasladas a un número similar de personas de un lado a otro. La profesión no estaba exenta de riesgos: un hijo del tío Justo, heredero de la profesión de su progenitor, murió ahogado en el intento de cruzar a un rico hacendado de Zufre. La Rivera de Huelva se encuentra jalonada a lo largo de su historia y a lo largo de su cauce de episodios similares a éste: el tributo de los que por placer u obligación se adentraron en su cauce. Vados, molinos de harina, viejos puentes, ferrocarril minero, animales, fronda...: nada queda ya, sepultos bajo las aguas de la presa, anegados por mor de la locura del progreso, a fuer de la veloz carrera emprendida a ninguna parte; a fortiori, perdidos hasta en la memoria, por la inacción, por la indolencia.
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Diego A. Velázquez
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