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El Olvido.
Once años después de que fusilaran a su marido, la viuda Amelia Lora Camacho, fue al Ayuntamiento de Zufre para pedir que le siguieran pasando la ayuda de la Obra de Protección a Huérfanos de la Revolución y de la Guerra, argumentando que su marido, el ugetista Francisco Cercas Rodríguez, “murió a consecuencia y con motivo de los hechos acaecidos a partir del 18 de julio de 1936, el día dos de noviembre del mismo año indicado, y de forma violenta; o sea por aplicación del Bando de Guerra, sin que conste en el Juzgado Municipal tal extremo, y sí que falleció a consecuencia de una anemia aguda, por lo que por la Junta de protección a mentados huérfanos le ha sido retirado el subsidio que por tal efecto venía percibiendo como ya al principio se indica, con la advertencia de que, para proseguir optando al mismo, habría necesariamente que justificar debidamente por medio de información, a instruir por la Alcaldía, que su indicado esposo murió a consecuencia de efectos directos de la revolución y de la guerra y no por muerte natural como en la partida de defunción, equivocadamente, se hace constar”.
“Por tales motivos, y a fin de poder seguir percibiendo el subsidio aludido, del que está bastante necesitada para atender a la manutención de sus hijos huérfanos de padre, concurriendo además la circunstancia de carecer de toda clase de bienes, (…) se digne ordenar la tramitación de información testifical en cuanto sea necesaria y bastante para justificar el mentado extremo de que el esposo de la dicente (…) falleció en Higuera de la Sierra la fecha indicada, a consecuencia de muerte violenta, esto es por aplicación del Bando de Guerra y no por muerte natural. A tal efecto, hace constar que está dispuesta a presentar los testigos que sean necesarios para que depongan en la información cuya instrucción por medio de la presente solicita”.
Los testigos Florencio Navarro Vargas, Julián Durán Silva y Francisco Minino López declararon “conocer perfectamente a Dª Amelia Lora Camacho, así como a toda su familia, y a su esposo fallecido, D. Francisco Cercas Rodríguez, por cuyo motivo –aseveraron- según es del conocimiento de todo el vecindario, que a dicho individuo le fue aplicado el Bando de Guerra en los primeros días de noviembre del año 1936, en el vecino pueblo de Higuera de la Sierra, a donde fue conducido en un camión en reunión de otros encartados, haciendo constar, como es natural, que tal hecho no lo presenciaron, dada la circunstancia de su carácter, así como por no haber tenido lugar en este pueblo; pero que desde luego lo declaran así por ello ser notorio en la localidad”.
El jefe local del Movimiento, el falangista Andrés Pascual López, hizo constar “que, si bien en la Alcaldía no existe documento alguno que justifique debidamente que D. Francisco Cercas Rodríguez murió a consecuencia de habérsele aplicado el Bando de Guerra de la 2ª Región Militar, sí estima y considera por ser notorio en la localidad, no fue otra la causa de su muerte, el ser llevado en un camión al vecino pueblo de Higuera de la Sierra, juntamente con otras personas de esta misma vecindad y encartadas en hechos que se produjeron con motivo del Glorioso Movimiento Nacional, y ningunas de las cuales regresaron, siendo patente la desaparición de dicho interesado y demás circunstancias que demuestran la causa violenta de su muerte”.
La represión feroz de latifundistas, falangistas y militares en Zufre, una de las villas de España donde el nuevo régimen se aplicó con más violencia, dejó centenares de viudas y huérfanos.
El nuevo régimen trató de justificar muchas ejecuciones violentas como muertes naturales. Eso cuando no manchaban los nombres, falseando la causa de la detención con delitos comunes como asesinato, robo, prostitución o hurto. A lo que se ve, el calvario de la familia no acababa con el fusilamiento: como no recibía ninguna notificación de la muerte, no podía recuperar el cadáver, ni inscribirlo en el registro civil. Los familiares debían cargar, además, con el estigma de ser parientes de marxistas.
“¡Si sabes quién robó tu casa, olvídalo! ¡Si sabes quién te metió preso, olvídalo! ¡Si sabes quién te rapó, te desnudó en público y te violó, olvídalo! ¡Si sabes quién mató a tu marido, olvídalo! ¡Cállate! ¡Olvídalo todo!, son cosas de la guerra... Pasa página”. Cuando el pueblo fue ocupado, la hija del concejal Antonio tenía tres años. Pasó su vida llorando en casa la historia del fusilamiento de su padre, al tiempo que escuchaba aseveraciones de este tipo en la calle. Pero nadie muere del todo mientras permanezca en el recuerdo. La memoria acerca de la víctima lleva, cuando menos, una carga inversamente proporcional a la conciencia del culpable. “¿Cómo podía olvidar lo que hicieron con mi padre si cada día me cruzaba en la calle con sus asesinos? Y encima no podías abrir la boca... Ni un reproche, ni una mala cara…; no podías decir ni mú. ¡Chitón! No tardaban ni media hora en mandarte razón del cuartelillo”.
Antonio Mallofret: Imagen de mi abuelo junto con el vehículo con el que se ganaba la vida. Su familia aún espera una compensación por el expolio.
La hija del concejal Antonio soñó durante años que llegaría el día que se haría justicia sobre las atrocidades cometidas en su pueblo. Cuando volvió a instaurarse la democracia, votó al Partido Comunista de España, las “hordas marxistas” de las que había oído hablar de pequeña a los falangistas. No obstante, tras la muerte del genocida Franco, izquierda y derecha pactaron el silencio, la impunidad y el olvido de las víctimas. El silencio y la incapacidad para articular cualquier movimiento de contestación al franquismo se convirtieron en señas de identidad de la sociedad zufreña hasta nuestros días. ¡Qué decepción! El salón del hogar de Lala estaba lleno de esperanzas que iban irremisiblemente camino del olvido. La hija del concejal pasó el testigo a su descendiente: le dio la cartera de su padre, siguiendo la misma liturgia que empleó el concejal Antonio la mañana de su fusilamiento, cuando con apenas 32 años la entregó a su esposa, junto con el reloj y dos duros de plata. Aquella petaca de cuero marrón, desgastada, con las iniciales A y M entrelazadas sobre una placa metálica en una de las esquinas, durmió muchos años en un cajón de la mesilla, condenada al ostracismo; pero ese tipo de objetos dan mal sabor de boca, provocan mala conciencia, reaparecen continuamente, no se resignan a permanecer en la remembranza; toda vez que recuerdan con persistencia que hay algo pendiente. Al nieto del concejal Antonio le tocaba ahora superar el miedo de su madre, rememorar la historia de los seres silenciados. El desván de sus sueños rebosaba de principios, razones, ansias de justicia y palabras. Lo mejor del olvido es el recuerdo.
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Diego A. Velázquez
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