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  Matanza Higuera
 

La Matanza de Higuera

El cuatro de noviembre de 1937, el pelotón no vino de madrugada, como era habitual, sino que lo hizo a media tarde. Tampoco era normal que viniera tanta gente. Durante unos minutos -que se hicieron eternos-, comenzaron a llamar y a llamar a personas, aquello parecía no parar nunca. Muchos años después, algunos de los que estaban allí confesaron que, cada vez que el guardia cogía aire para leer el siguiente nombre en la lista, podían escucharse los latidos del corazón en el espesísimo silencio. El trance duró lo que tardó el guardia en leer la lista y añadir: “!Vienen ustedes a declarar a Aracena!”


Vista interior del camposanto de Higuera de la Sierra (Huelva), donde veintiún zufreños permanecen en una fosa común sin identificar.                  
 

       ¡Y una mierda! ¡Aquello no se lo creía nadie! La Pistola se abrazó a Carmen, que no iba con la partida. “Carmen, querida, no nos vemos más”, lloraba la Pistola a lágrima viva. Dieciséis mujeres subieron la cuesta del calvario que separaba la cárcel de la calle Hospital y la calle Canalejas –hoy, Linares-. Las mujeres lloraban y caminaban en una penosísima procesión de desamparo y dolor. Las hubo que se encontraron con sus maridos.
En la puerta del médico Don Ángel, junto a las viejas escuelas, aguardaba el funesto camión para el traslado. Eran las seis de la tarde, muchos niños jugaban a esa hora alrededor del pilar. Algunos de los peques vieron allí por última vez a sus madres. La primera mirada de aquellos angelitos era de sorpresa, pero cuando las vieron amarradas en collera, maniatadas con alambres y cuerdas, sollozando; los niños agacharon la cabeza, dejaron de mirar. En la Higuera de la Sierra de 1937, el pulso de la villa en las tardes de otoño se concentraba en el centro del pueblo: las mujeres acababan de salir de la misa, los hombres jugaban a las cartas, al dominó o al billar en el casino de los socios. A las siete de la tarde, se desvanecía el ocaso y comenzaba a oscurecer. Las bajas temperaturas de la puesta echaban a los últimos vecinos que deambulaban por la calle a buscar las temperaturas más agradables del interior. Así transcurrían normalmente las tardes otoñales en toda la sierra, salvo que algún acontecimiento extraordinario viniese a alterar esta plácida rutina. Pocos espectadores quedan de la dramática escena que se vivió el cuatro de noviembre de 1937, pero a los pocos testigos que permanecen con vida aún se les eriza el vello cuando rememoran aquella jornada:

 
Vista actual de la calle Virgen de los Dolores.  Esta es la callecita que siguieron los vecinos de Zufre para cubrir la distancia que separa el Paseo de Higuera del cementerio antes de ser fusilados. 
                     
“A las siete de la tarde, paró un camión cargado de mujeres en el llano situado frente al bar.” Lo cuenta Rosario, vecina de Higuera. “Llevaban una de Padre y muy Señor mío, un griterío estremecedor. Les dijeron que bajaran y enfilasen por la callecita que da al cementerio. Es un trayecto muy corto, puede que algunas no supieran a dónde iba a dar esa calle, pero otras sí debían saberlo. ¡En fila por ahí!, decían los verdugos. Los gritos de aquellas desdichadas se escuchaban en todo el pueblo. Ponían la carne de gallina. La gente de Higuera estaba aterrorizada. Las que no querían bajar del camión las sacaban a rastras, a golpe de culatazo y bayoneta. Puede que algunas llegaran hasta muertas. Enseguida se produjo la descarga. Las fusilaron en la puerta del cementerio. La vieja cancela de hierro, centenares de veces repintada, todavía conserva las deformaciones en sus barrotes provocadas por el impacto de las balas.


Antonia Padilla Blanco, 51 años, asesinada en Higuera, el 04.11.37. 

Las enterraron en una fosa muy profunda que había abierta, donde ya habían echado los cuerpos de otros fusilados. Los enterraban por capas. Arrojaban tierra encima de los últimos cuerpos y volvían a depositar nuevos cadáveres. A la entrada del cementerio, hay una lápida en memoria de los guardias civiles que perdieron la vida en el asalto al cuartel por parte de los milicianos. En la fosa de estas mujeres, no hay nada que las recuerde.”
 
 


Foto del Archivo Nacional. 

¿Tiene voz la muerte? Si de verdad la tiene, debía parecerse muchísimo a los chillidos de aquel camión de víctimas antes de morir; aquellos sonidos que hicieron palidecer a los vecinos de Higuera no les sirvieron para esquivar la muerte, pero sí libraron del mismo fatal desenlace a otro camión de reos que llegó unos días después. Las autoridades vecinas, escandalizadas por aquella trágica escena, no consintieron nuevos fusilamientos. El jefe local de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Rafael Girón María dijo: “El que quisiera fusilarlos, que lo haga en su pueblo”.. En el camposanto de Higuera, mataron a 16 mujeres:
 
1. Teodora Garzón Núñez, de 46 años, hermana de María la ermitaña.
2. Remedios Gil Cortés, de 58 años, abuela de Aniceto.
3. Modesta Huerta Santos, (UGT) de 30 años, hermana de la madre de María la de Rufina.
4. Josefa Labrador Ardillo (o Arroyo), de 40 años.
5. Elena Ramos Navarro, (UGT) 55, madre de Rosenda.
6. Bernabela Rodríguez Ruiz, 39
7. Dominica Rodríguez Ruiz, 42 (hermana de la anterior).
8. Felipa Rufo Alcaide, 40, mujer del Saba.
9. Amadora Sánchez González, 53.
10.     Mariana Sánchez Vázquez, (UGT) 51, ávida lectora, abuela de Carolina
11.     Antonia Padilla Blanco, 51 años.
12.     Encarnación Méndez Díaz, (UGT) 56, abuela de Encarna.
13.     Faustina Ventura Sánchez, 62
14.     Amadora Domínguez Labrador (UGT), 48 años.
15.     Carlota Garzón Núñez (hermana de Teodora), 47, madre de La Tanga.
16.     Alejandra Garzón Acemel, 62 (la Pistola, madre de María del Puerto, suegra del concejal Benito Asensio –encarcelado-)

 Amadora Domínguez Labrador, UGT, 48 años, asesinada en Higuera, el 04.11.37. 

        Los vecinos de Higuera que agacharon la cabeza avergonzados, vomitando por el pánico, no se fijaron que en el camión iban también cinco hombres maniatados, que cayeron abatidos por el fuego de la ametralladora que estaba montada en el camión:
 
1. Manuel Muñoz Navarro (el Calero). 71 años, jornalero.
2. José Mallofret Domínguez (hermano del concejal Antonio). 39, encargado del bar la Unión,.
3. Francisco Cerca Rodríguez (dirigente de UGT). 42, ferroviario.
4. Marcelo Brito Cortés. 55, trabajador del campo.
5. Manuel Suárez Durán (simpatizante de los republicanos). 58, propietario, de posición acomodada. El único asesinado de filiación conservadora.  


José Mallofret junto a su esposa Candelaria, diez años antes de ser asesinado.  Jose Mallofret, hermano del concejal Antonio, era dirigente de Unión Republicana en Zufre. Fusilado por los sediciosos en Higuera de la Sierra el 4 de noviembre de 1937.
 
                                      ***
            Cuando Sebastiana escuchó su nombre, pensó en su hijo -el pequeño se asía con fuerza al pecho de su madre-: “¿Qué va a ser de mi niño?” La incertidumbre se despejó de inmediato. La actitud de los verdugos no dejaba dudas: “El chiquillo al camión”. “¡Mi niño no, por Dios! ¡Mi niño no!”, gritó la mujer. Parecía como si hubiera perdido la cabeza. Sacudía compulsivamente brazos y cabeza, arrastrando con sus movimientos desquiciados a la pareja a la que se encontraba maniatada.
Vicente “Pararrayos” formaba tándem con Mendoza: iban atados por la mano.
Un segundo camión a Higuera, con unos veinte presos de Zufre, salió a los tres o cuatro días de que lo hiciera el primero. El hijo del “Calero”, el hermano de Estebitan “el Cojo”, Manolo Cánovas, Emilio Cauca, Basilio el Pompo, Bernabel, Serafín, Antonio Garabato y Felipe Montero Ramírez, entre otros, iban allí. El transporte llevaba la ametralladora montada, lista para ser usada. ¡Sólo un milagro podía salvarlos!


Luis Padilla Garzón, trasladado en el segundo camión, consiguió salvar la vida para ser juzgado en Aracena. Posteriormente lo trasladaron a Huelva. Condenado a 12 años de cárcel en la Isla de San Simón (A Coruña), de los que cumplió cinco. Luego de la prisión se marchó a Sevilla, donde vivían algunos hijos, que habían huido de Zufre para no regresar jamás.

La noticia de los fusilamientos del primer traslado era perfectamente conocida, así que podían ahorrarse las excusas. “¡Nos van a matar!, se oía. Las escenas de pánico se sucedieron. “¡Mis hijos!, ¡mi familia!”, clamaban. “¡Dios, ten piedad! ¡Ten piedad!” El milagro se produjo: Higuera seguía horrorizada por los crímenes, de modo que sus autoridades no consintieron nuevos fusilamientos en su cementerio.


Primer plano de la cancela del camposanto de Higuera de la Sierra. Foto de Juan Carlos Ordóñez Fernández, de su photoblog jcof.net.  Se aprecia la muesca del impacto del proyectil en el barrote. El autor de la foto escribe para agradecer la historia: "Me ha traído a la realidad el terror que yo percibía cuando de niño pasaba a diario por esta cancela para ir al colegio. Quizás con esa descripción tan concreta de 'la matanza de Higuera' pueda entender mejor la injusticia y la barbarie de los vencedores sobre los vencidos y poner nombres a esos fantasmas que deambulaban en mi infancia".

Se llevaron a los detenidos a Aracena, después a Huelva, desde donde los repartieron a campos de trabajo. Mendoza pasó algo más de seis años en la cárcel de Tetuán, custodiada por moros, para cumplir una condena inicial de doce años y un día. Allí se integró en un batallón de prisioneros para trabajar como mano de obra esclava en una carretera. En Zufre, dejó a una esposa enferma del corazón; dos vástagos de 9 y 11 años y otra niña de 7. El niño Goro salió a trabajar con diez años a guardar cabras. “Ganaba un real al día y la comida. Cuando se aventaban los lobos a las cabras, me echaba a llorar”, recordaba.


Vista actual de la verja de acceso al cementerio de Higuera. Dieciséis mujeres y cinco hombres fueron ametrallados en esta tapia el cuatro de noviembre de 1937. 
                     
Muchos años después, ya metido en la veintena, el hijo de Mendoza se cruzó con el hacendado Don Carpóforo Duque en el bar de Carmona, donde estaba esperando el autobús. Él se había ido a vivir a Higuera de la Sierra; vivía justo enfrente de la parada.
 
- ¡Chiquillo!, ¿de quién eres? –preguntó Carpóforo desde su ignorancia.
        - ¡De Mendoza! –contestó orgulloso Goro.   
        - Muy amigo mío, muy amigo mío –reaccionó el cacique-. Venga, te invito a café.
        - Mire usted, el café que me vaya a echar se lo mete en los cojones, que no necesito ninguno.
        - No hables así –reprendió.
        Volvieron a cruzarse muchas veces, pero no dijo ni tanto así nunca más.
 
        “Yo fui a visitar a mi padre a la cárcel cuando estaba en Aracena. La prisión estaba junto a la Plaza de Abastos. Aquello estaba lleno de gente. Los presos comían una especie de sopa que les habían echado en un lebrillo”, lo recuerda Fructuoso Montero Romero, hijo de Felipe Montero Ramírez.



Felipe Montero Ramírez, en el centro de la imagen, de pie, acusado de Rebelión Militar. 

“A mi padre lo condenaron a muerte, después a 30 años y, finalmente, a doce, aunque sólo estuvo dos o tres años en prisión. Cumplió condena en las cárceles de Aracena, Huelva, el Puerto de Santa María y Dos Hermanas, en esta última ciudad se integró en batallones de trabajo”.


Hemeroteca diario Odiel, agosto de 1937: El gestor golpista de Zufre, José Luis Hidalgo Rincón, disfruta de los toros en Higuera mientras veintiún vecinos de Zufre aguardan en la cárcel su ejecución. Hidalgo fue apadrinado por el militar sedicioso Leonardo Ropero para presidir la Gestora golpista de Zufre el 14 de agosto de 1936, día de la expugnación de la villa, hasta el 9 de enero de 1937.

Mi padre tenía siete años cuando le quitaron a su madre. Nunca lo olvido, asegura Josefa Salguero, nieta de Carlota Garzón Núñez, hermana de Teodora. "Vivo en EE UU y espero pronto poder visitar la fosa donde está mi abuela". 
 
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