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  Los sindicalistas
 
Zufre también tuvo un 1º de mayo
 
Por Diego Antonio Velázquez Mallofret
 
Los sindicatos conmemoran el 1º de mayo in memoriam a los sangrientos sucesos de Chicago en 1886; no obstante, no hay que remontarse tan lejos en el tiempo o en el hemisferio para encontrar sucesos similares. El 13 de agosto de 1936, cuando la villa de Zufre fue bombardeada por las tropas sublevadas, centenares de sindicalistas de UGT, frentepopulistas y jornaleros huyeron, por temor a las represalias, al campo o a las zonas republicanas. El 14 de agosto, una gestora falangista se arrogó la representación municipal. El diecisiete, la susodicha ordenó el registro del domicilio de los líderes ugetistas Ramón López Ruiz, el Niño Bonito, y la detención de su mujer, así como el registro y la requisa de efectos de la casa de Manuel Díaz, Azaña. Dos días más tarde, el diecinueve, cerró la Oficina de Colocación Obrera. El centro, al decir de los sublevados, había servido “más bien para la difusión de las doctrinas marxistas que para facilitar colocación a los obreros de este término. ( ... ) [Su responsable] desapareció de esta población dejando abandonado el cargo, temiendo sin duda las consecuencias de su incorrecto proceder, ya que alentaba con sus consejos y explicaciones a los extremistas de este pueblo, que tan funestas consecuencias le han proporcionado”.
Antonio Carrascal Lema, 33 años, bracero, secretario de la Sociedad de Trabajadores de la Tierra de UGT, responsable de la Oficina de Colocación Obrera de Zufre, fue fusilado en el cementerio de Zufre el 29 de septiembre de 1936. A su mujer, recién casada, le dieron aceite de ricino y la pasearon por el pueblo. No fue Antonio el primer sindicalista en caer, sino Eusebio Montero Sánchez, labrador, fusilado en el camposanto un mes antes.


Salvador González Márquez, presidente de la UGT en Zufre en agosto de 1936.  "Cuando estuvo huido, comía las gallinas crudas para que el humo de la candela no delatase su presencia en el campo", cuenta Enrique, su yerno. "Vivió toda la vida con una bala incrustada en el abdomen -repasa su hija Magdalena-. En las revisiones en Huelva, decía a los doctores que lo atendían que fue luchando con el bando nacional".
                     
“El día del bombardeo, papá [Manuel Díaz Sánchez, Azaña] nos llevó a una finca del Ronquillo, donde trabajaba su hermano”, habla la hija del sindicalista. “El sitio era muy tranquilo, padre permanecía en casa, semioculto, ayudando en las labores domésticas, mientras nosotras trabajábamos en el campo Fue allí, en el tajo, donde nos cruzamos con una pareja de la Guardia Civil del Ronquillo: ‘Demasiada gente extraña trabajando aquí, ¿no?’. ‘Familiares, que vienen a echar una mano con la siega’, contestó tito. Contaba yo entonces con once años. Sentía pasión por mi padre. No me dolieron en prendas y corrí como loca a avisar a papá. ‘¡Esa niña!, que se pare esa niña o le pegamos un tiro. ¡Párate!’, escuchaba a mi espalda. Marché sin mirarme en nada. Unos minutos después, se presentó en la casa la Guardia Civil. Pusieron la casa patas arriba, pero no encontraron nada. A la mañana siguiente, nos fuimos a otra finca y después a otra del término municipal de Zufre, donde se ocultó papá. Mamá y yo regresamos al pueblo. Durante dos meses no comimos otra cosa que patatas y calabaza. Pasó así un tiempo hasta que un paisano que se cruzó en el campo con él vino al pueblo a delatarlo. Lo atraparon en la finca La Cervera, cerca del túnel del ferrocarril”.
El 20 de septiembre de 1936, los nacionales celebraban en Zufre con inusitado regocijo la entronización del Corazón de Jesús. El templo ofrecía un aspecto solemnísimo por la extraordinaria concurrencia de fieles. En el presbiterio, el cura, el jefe de la Gestora municipal, el resto de ediles, los miembros de la Guardia Cívica y los seis números de la Benemérita. El elocuentísimo sermón invocaba la intercesión del santo mártir para reverdecer las glorias de España, clamando por el orden, la religión y la unidad de la patria. Con acento del mayor fervor cristiano, pedía una plegaria a favor de quienes, víctimas del engaño y el odio a España, encontraron su muerte persiguiendo y atentando a ésta.
        Cuando acabó el oficio religioso, los líderes falangistas, aupados a la planta de los juzgados, hablaron también de la lucha espiritual que se había iniciado en defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria. El sacerdote recordó a los presentes la posición del Episcopado:
        “El 18 de julio, se produjo el Alzamiento militar y estalló la guerra. Pero, nótese, primero, que la sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración del pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al Movimiento, que, por ello, debe calificarse de cívico-militar...”

Maestros Nacionales Depurados y Confirmados en Zufre
Archivo General Admon. Ministerio Educación Nacional.
Fecha Expediente
(Signatura 32/13286)
Adarve Santiago, Nicolasa
1936-1942
Pascual López, Andrés
1936-1942
Pérez Barquero, Encarnación
1936-1942
Vázquez Santos, Julián
1936-1942

        Falangistas, damas catequistas, miembros de las fuerzas de seguridad, maestros, escolares y braceros afectos al nuevo régimen interrumpían el discurso con aplausos cada dos por tres, brazo en alto. Concluidas las arengas, los simpatizantes del nuevo orden seguían congregados en la recién denominada Plaza de la Libertad –léase Plaza de la Iglesia-. Los maestros nacionales también habían llevado allí a los niños, entre los que se encontraba la hija del sindicalista Manuel Díaz Sánchez, conocido como Azaña por la similitud de su nombre con el del presidente de la República. Finalizados los actos, ¿por qué el gentío seguía congregado en la plaza? Aguardaban en ambiente festivo la llegada de los batidores. La pequeña Catalina desconocía entonces que el motivo del júbilo fuese la captura del padre. “¡Válgame Dios!, que alguien se lleve a la niña”, clamaba su maestra. “Aquella mujer me profesaba un gran afecto, repasa Catalina. ‘¡Hija, márchate a casa!, tu madre está mala y acaba de mandar razón’, me dijo. Pero...Si está allí mi tía y mi abuela, repuse. ‘¡No, ve de inmediato!’. Regresé. ‘[A papá] lo han cogido’, me confesó mamá no más llegar”.
Entretanto, en la iglesia, medio centenar de batidores bajaban a la plaza. Arturo, el joven hermano del presidente de la Gestora, José Luis Hidalgo, bajaba ufano con Azaña atado a la cola de su caballo. “¡Aquí os lo traigo!”. La Plaza prorrumpió en fervoroso aplauso. No bien lo avistó la mujer del boticario, se acercó para abofetearlo: “¡Canalla!, vas a pagar lo que has hecho”. Paquita no le perdonaba que fuese uno de los que recluyó a su marido en la iglesia. “Paquita, Paquita, que eso no se hace con un hombre indefenso”, terció Luisa Rincón. Azaña no abrió boca.
 

 
“¡Qué gente más mala! Quince años he estado sin venir al pueblo”, rememora Catalina. “Paquita abofeteó a mi padre, remordimiento que se llevó hasta su lecho de muerte: ‘Manuel, no me cojas. ¡Déjame! ¡Déjame!’, deliraba. Lo metieron tres o cuatro días, no recuerdo bien, donde la vieja cárcel. Mi madre le llevaba la comida a diario, hasta que una mañana ya no estaba allí. Un vecino nuestro, forzado a trabajar de carcelero, nos contó que aquella noche lo habían sacado de paseo. [Manuel Díaz Sánchez, Azaña, bracero, ex presidente de la Sociedad de Trabajadores de la Tierra de UGT, murió fusilado en el camposanto de Zufre el 8 de octubre de 1936]. El buen hombre, de tan afectado, enfermó del corazón. A poco de aquello, murió. Desde entonces no he vuelto al cementerio. Sólo pensar en cómo iría mi padre aquella cuesta... Si no es por don Emilio, el médico, me muero de depresión. ¡Imagínate!, una niña nueve años de luto...”. Setenta y tantos años después, cuesta sobreponer en el rostro ajado de la anciana la figura grácil de aquella niña. “No se me olvidará en la vida. Lo tengo ahí clavado –señala el corazón- . Lo mataron con 41 años. La gente quería que cantara el Cara al Sol y me pusiera la camisa azul. ¡Qué gente más mala...! Iban todos los días a misa... Hoy, sólo me queda la satisfacción de caminar por la calle y no cruzarme con ellos”.
“Luego de aquello, los falangistas nos robaron la sementera de cereal trabajada por papá. A los diez o veinte días, vinieron a por mamá [Gregoria Vázquez Romero, 32 años]. La llevaron a la cárcel de Aracena junto con otras ocho mujeres del pueblo para matarlas [María Manuela, madre de Fundadora; Lola, que estaba en Santa Olalla; la mujer de Sixto, madre de Pepa; las dos hermanas de Críspulo Rocha...]. Yo iba a verla a la cárcel, donde también había recluidos tres niños pequeños. El carcelero sentía lástima de los peques y dejaba que entre su hija y yo los sacáramos a pasear. Mi madre estuvo tres meses más en prisión y después la dejaron salir. Otras nunca regresaron”.
 
El cuatro de noviembre de 1937, el pelotón no llegó de madrugada, como era habitual, sino que lo hizo a media tarde. Tampoco era normal que viniera tanta gente. Durante unos minutos -que se hicieron eternos-, comenzaron a llamar y a llamar a personas, aquello parecía no parar nunca. “¡Van a declarar a Aracena!”, concluyó el militar. Nadie lo creyó. La Pistola se abrazó a Carmen, que no iba con la partida: “Carmen, querida, no nos vemos más”, lloraba a lágrima viva. Dieciséis mujeres y cinco hombres subieron la cuesta que separa la antigua cárcel de la calle Hospital de la calle Linares. Las mujeres lloraban y caminaban en una penosísima procesión de desamparo y dolor. Las hubo que se encontraron en el camino con cónyuges e hijos.
Entretanto, en Higuera, el pulso de la villa en las tardes de otoño se concentraba en el centro del pueblo: las mujeres acababan de salir de la misa, los hombres jugaban a las cartas, al dominó o al billar en el casino. A las siete de la tarde, las bajas temperaturas de la puesta de sol echaban a casa a los vecinos. Así pasaba salvo que algo extraordinario alterase la rutina. “Paró un camión cargado de mujeres en el llano, frente al bar.” Lo cuenta Rosario, octogenaria, vecina de Higuera. “Llevaban una de Padre y muy Señor mío, un griterío estremecedor. Les dijeron que bajaran y enfilasen por la callecita que da al cementerio. Es un trayecto muy corto, puede que algunas no supieran a dónde iba a dar esa calle, pero otras sí debían saberlo. ‘¡En fila por ahí!’, decían. Los gritos de aquellas desdichadas se escuchaban en todo el pueblo. Ponían la carne de gallina. La gente de Higuera estaba asustada. Las que no querían bajar del camión las sacaban a rastras. Puede que algunas llegaran medio muertas. Enseguida se produjo la descarga. Las fusilaron en la puerta del cementerio. La vieja cancela de hierro todavía conserva las deformaciones en sus barrotes del impacto de las balas. Las arrojaron a una fosa muy profunda que había abierta, donde ya habían echado los cuerpos de otros fusilados. Los enterraban por capas. Tiraban cal y tierra encima de los últimos cuerpos y volvían a echar otros”.
 El cuatro de noviembre de 1937, fusilaron en el camposanto de Higuera a veintiuna personas, entre ellas siete ugetistas: Francisco Cerca Rodríguez, 42 años, ferroviario; Modesta Huerta Santos, 30; Josefa Labrador Ardillo, 40; Elena Ramos Navarro, 55; Mariana Sánchez Vázquez, 51; Encarnación Méndez Díaz, 56; Amadora Domínguez Labrador, 48.
 
Salvador González Márquez, presidente de la Sociedad de Trabajadores de la Tierra de UGT, concejal del Frente Popular, casado y con dos hijas, también estuvo en la partida de los que se marcharon el día del bombardeo. “Mi padre se marchó solo, completamente solo”, evoca su hija, la septuagenaria Magdalena. “Aquella imagen de desamparo no se me borrará jamás. Nosotras nos marchamos a la Morcona [una finca próxima al pueblo]. Mi padre no quiso hablar nunca del pasado, sólo sé que lo atraparon unos años después por la zona de Valencia, herido de bala. Después, fue encarcelado dos años. Finalmente, lo liberaron”.
José Luis Caballero Ventura, perteneciente a UGT, nacido el 19 de octubre de 1913, en Zufre, hijo de Bruno y de Martina, soltero, profesión del campo, domiciliado en la calle Canalejas, 73. Acabó en la 1ª compañía de trabajadores, en Tetúan, Marruecos.
Los hubo que no lograron superar las duras condiciones carcelarias, así pasó con el sindicalista Antonio Villa Cancela, de 50 años, trabajador del campo, que falleció el 3 de marzo de 1941 en la prisión del Puerto de Santa María.
Represión contra los miembros de la UGT de Zufre en 1936
Nombre y apellidos
Cargo
Tipo de represión
Salvador González Márquez
Presidente UGT
Desaparecido (1937), herido frente, encarcelado dos años
Ramón López de la Salud (Niño Bonito)
Vicepresidente UGT
Delegado Bases Trabajo
Huido, mujer rapada, capitán ejército, fusilado el 26.01.44
Antonio Carrascal Lema
 
Secretario UGT, llevaba Oficina Obrera
Gestora cerró Oficina Colocación Obrera el 19.08.36. El secretario de la UGT fue fusilado el 29.09.36
Manuel Díaz Sánchez, Azaña
Ex presidente UGT
Detenido, arrastrado a la plaza del pueblo a la cola del caballo del hermano de la Gestora y fusilado (08.10.1936)
Francisco Cerca Rodríguez
Dirig. UGT, ferroviario
Fusilado en Higuera el 04.11.37
Eusebio Montero Sánchez
Dirigente UGT
Fusilado el 27.08.36
Antonio Villa Cancela
Afiliado UGT
Murió en la prisión del Ptº Stª María el 03.03.41
Modesta Huerta Santos
Afiliada UGT
Fusilada en Higuera el 04.11.37
Elena Ramos Navarro
Afiliada UGT
Fusilada en Higuera el 04.11.37
Mariana Sánchez Vázquez
Afiliada UGT
Fusilada en Higuera el 04.11.37
Encarnación Méndez Díaz
Afiliada UGT
Fusilada en Higuera el 04.11.37
Amadora Domínguez Labrador
Afiliada UGT
Fusilada en Higuera el 04.11.37
Ramón López de la Salud, el Niño Bonito, dirigente de UGT, también huyó cuando entraron los sublevados, también su mujer, al igual que la de su colega Antonio, fue rapada y paseada. El fin de la guerra lo sorprendió en Valencia. Días después, se dirigió a casa de un amigo que residía en Alicante, presentándose voluntariamente en la Comandancia Militar de dicha plaza, pues, según consta en una declaración de propio, “considerando que su actuación durante la guerra estaba desprovista de todo sentido delictivo, no dudó en someter su conducta al análisis de las autoridades nacionales”. En la citada comandancia se le recogió la cartilla militar y la documentación civil, pasando como detenido al Reformatorio de Adultos, y después al Castillo de San Fernando y a la prisión de Huelva.
Declaración de Ramón López de la Salud, de 38 años de edad, natural y vecino de Zufre, casado, de oficio bracero, en la prisión provincial de Huelva el 19 de diciembre de 1940: “que estaba afiliado a la UGT desde aproximadamente junio o julio de 1931 hasta 1933, fecha en que fueron clausurados los sindicatos, habiendo sido vicepresidente de la UGT. Que la actividad que tuvo durante el período rojo en la villa de Zufre fue la siguiente: al estallar el Movimiento el declarante estaba trabajando en las faenas de su oficio en la finca del vecino de Aracena don Rafael Moreno, regresando a Zufre el día 21 de julio de 1936, enterándose entonces de que había estallado la revolución y que había ya unos cuantos de patronos presos. Al llegar a Zufre se presentó al Comité Revolucionario, que estaba integrado por el entonces alcalde Luis [Sánchez] Mallofret, y otros individuos que de momento no recuerda sus nombres y a los cuatro o cinco días fue nombrado una especie de delegado para hacer cumplir las Bases del Trabajo por parte de los obreros. Huyó de la zona roja por el miedo que le produjo el haber tenido que aceptar el cargo de delegado. Que a la salida del pueblo se dirigió a Cañaveral de León, en donde estuvo unos días, hasta que llegó a Pueblonuevo del Terrible, y que de aquí se marchó a Madrid. Que en Madrid estuvo un mes aproximadamente (el de octubre) del año 1936, comiendo en el Socorro Rojo, colocándose después de ordenanza en el ministerio de la Guerra Sección de Carburantes, hasta el 18 de enero del año 1937 que ingresó en la Escuela Popular de Valencia (para oficiales) de donde salió el 20 de abril con el grado de teniente, prestando servicios burocráticos en la cuarenta y siete Brigada, aproximadamente hasta junio del mismo año que fue trasladado con la categoría de teniente habilitado a la 36 División en el Sector de Toledo (Sur del Tajo). Habiendo sido habilitado para Capitán en el año 1938 (enero) desempeñando este cargo hasta la terminación de la guerra, prestando sus servicios en el referido sector (frente de Toledo), habiéndole cogido la terminación de la guerra en Valencia, en donde estaba convaleciente y disfrutando de permiso desde el once de enero, que cayó enfermo de reuma. Tiene que hacer resaltar que de la poco intervención que tuvo en Zufre sirvió para evitar que fuera detenido el vecino don Domingo Alfonso Garzón, a pesar de estar convencido el declarante que el tal don Domingo tenía ideas derechistas avanzadas. Que a la terminación de la guerra y al hacer su presentación a las Fuerzas Nacionales en la Comandancia Militar de Alicante entregó varios documentos que los cree de mucha utilidad para su descargo, entre ellos figuran el título de haber hecho los cursillos para teniente en la Academia Popular.
        Ramón López de la Salud. Sumario instruido por el oficial Rafael Baena Vázquez el 15 de mayo de 1939. “Actuaciones 1411 de estos Consejos de Guerra. Nació el 6 de agosto de 1902 y es hijo de Joaquín López Carrasco y de María de la Salud. Descripción: pelo oscuro, cejas al pelo, ojos pardos, nariz regular, boca pequeña, barba poblada, estatura 1’73. Profesión: campesino. Sirvió en el Ejército con carácter voluntario desde noviembre del 36 hasta el 29 de marzo de 1939, ostentando el empleo de capitán. Sorprendió el Alzamiento Nacional en Zufre. Detenido en Alicante el 23 de abril de 1939”.
“El jefe de FET y de la JONS en Zufre, don Víctor Macías, declara [el 02.06.39] que se trata de persona que ha militado en campos políticos de extrema izquierda, ( ... ) repudiado por el personal de orden de este pueblo, por las ideas malas que tiene; perteneció al Comité de Abastecimiento en el dominio rojo que sufrió este pueblo, es por lo tanto el sujeto en cuestión persona de ideas antirreligiosas y, por lo tanto, de muy malos antecedentes, tantos antes como después del Movimiento Nacional”.
El certificado del Sr. Cura Párroco, José Blas Mora, de fecha tres de junio de 1939, dice “que Ramón López se distinguió por su pésima actividad marxista”.
Ramón López de la Salud acabó ejecutado por sentencia el 26 de enero de 1944 en Huelva. Dejo viuda y dos hijos.
A lo que se ve, no es preciso marcharse a Estados Unidos para extraer efemérides, basta con sacar las propias de la indolencia. El pasaje sindical durante la expugnación de Zufre permanece relegado en la anonimia, sin rastro, tampoco en la memoria, nadie supo nunca de su paso, perdido en la insensible nada. Ojalá estas líneas sirvan para rendir tributo al naufragio de estas vidas inacabadas. Muchas más siguen en el olvido porque ni siquiera hay constancia de su existencia. Nada peor que la indiferencia.
 
 
 
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